miércoles, 2 de diciembre de 2020

Pikunche del Pueblo de Indios y de las Mercedes de Cudau de Carlos Carvajal Barahona


 




El libro Pikunche del Pueblo de Indios y de las Mercedes de Cudau de Carlos Carvajal merece un reconocimiento y agradecimiento de los peuminos. Somos más que afortunados de que uno de los nuestros haya tenido no solo afán y entusiasmo, sino las capacidades para escribir un texto de la relevancia de este trabajo, el que debería animar a otros etnohistoriadores a buscar los orígenes prehispánicos de sus comunas. Es un esfuerzo mayúsculo, que supera el mero interés por el pasado como un objeto de estudio proveniente de la academia. En el caso de la historia, como es sabido, se trata de un interés especial por una realidad revisitada desde preguntas que nos formulamos desde el presente. Cuántas veces en nuestras mismas vidas nos ocurre que volvemos hacia atrás para volver a un determinado suceso o evento y nos lo explicamos en cada oportunidad de una forma algo diferente.

No creo que sea casualidad que una investigación de tanta relevancia para lo que fue un pueblo de indios haya visto la luz aquí, entre el cerro Gulutrén y el río  Cachapoal. Al menos yo no lo veo así, pues sostengo que nuestra identidad peumina, en donde paisaje y vivencia se funden, nos hace permeables a las inquietudes por conocer más y más de nuestro terruño. También ayudan a ello, por un lado, la prensa peumina, representada por décadas por “El Progreso del Cachapoal” y la “Revista Gulutrén” y, por otro, desde la academia, la excepcional “Historia de la Parroquia de Peumo”, de Walter Hanisch Espíndola y la tesis de licenciatura en Historia de Julieta Trujillo, asimismo otros trabajos que se han publicado en las últimas tres décadas, que nos han permitido ir de a pocos avanzando en la reconstrucción de los cimientos de lo que hoy somos.

Como es sabido, además, a medida que más nos conocemos más cambiamos también nuestra propia identidad, desafiada e interrogada constantemente. En mi caso, la lectura de este libro me ha situado, ya no en mi casa de Walker Martínez N° 313 (única comuna en Chile cuya calle principal tiene el nombre del mayor opositor al presidente Balmaceda), sino en un lugar de la increíble ruta del Qhapaq Ñan, conocido también como Camino del Inka. Según lo que nos informa el autor, viví en mi infancia unos 300 metros hacia el poniente del tambo ubicado en donde actualmente está el juzgado y la cárcel, mientras que el próximo tambo se encontraba donde hoy está la casa patronal de la ex-hacienda de Codao. Pero es cierto que no soy un peumino ancestral, sino más bien casi un recién llegado, en consideración a que mi familia se estableció acá por el año 1924.

Primero, aclaremos que el trabajo de Carlos Carvajal se inserta en la especialidad de la etnohistoria, que “es la rama de la historia y de la antropología que estudia a las comunidades originarias de una determinada región del mundo y su convivencia con otros grupos humanos, con la complejidad política e identitaria que ello representa” (definición de Wikimedia). En esta disciplina, no es menor el esfuerzo que tiene que hacer el investigador, pues debe constatar fuentes históricas muy antiguas y cruzar esta información con lo que la antropología y cada vez más la arqueología nos señalan sobre las culturas que habitaron en el lugar de estudio, en este caso lo que hoy conocemos como Peumo.

El autor trabaja en este libro sobre un objeto de estudio que no es ajeno ni impuesto, sino sobre algo que siempre ha estado con él y los suyos, pues se remonta hacia los siglos pasados en búsqueda de sus ancestros familiares y los de su comunidad, el barrio Aguas Claras. Debo decir que las descripciones tan primigenias de la comarca peumina son precisas, aunque ellas crean imágenes que distan mucho de lo que hoy conocemos. Ahora, si imaginariamente estuviéramos en la cima del cerro La Cruz quinientos años atrás, veríamos la senda del Qhapaq Ñan idéntica en su trazado a nuestra calle principal, también la estrecha huella que no llevaba al Ushnu Inka, altar que existió en el lugar donde ahora está la cruz, en medio de un tupido bosque de peumos, boldos y litres, entre otros árboles nativos. Hacia abajo, veríamos cultivos de maíz y de quinua cercanos a Ruka, también llamas pastando y quizás el tambo, a lo mejor agitado por la llegada de un chaskí que trae una noticia importante o por la visita de un kuraka representante del imperio. A lo lejos, además, divisaríamos la laguna Tagua-Tagua con su pukara imponente.

Muchas más imágenes y circunstancias se relatan en este libro, lamentablemente lejos de esta bucólica añoranza que me permito. La llegada de los españoles, aunque resistida con la participación muy importante del lonko Peomo entre autoridades pikunche no pudo evitarse y aquí se instalaron entonces los conquistadores. Las encomiendas de Peumo y Codao significaron en muchos casos la muerte prematura de muchos de los pikunche que habitaban este territorio y también de quechuas y quizás también de gente de otros pueblos cazadores-recolectores que intercambian productos con los asentados. En los primeros tiempos, la mortandad se debió sobre todo al trabajo excesivo en los lavaderos de oro cercanos. Los que sobrevivieron, fueron sometidos a una vida hostil y sacrificada, nunca exenta de abusos de diversa índole, ya fuera por los encomenderos, o por curas o personas nombradas en cargos por las autoridades españolas.

En el transcurrir de los siglos, el autor nos va dando a conocer cómo fue cambiando no solo el paisaje natural, sino el humano, y también las actividades económicas con las que la comarca se volvió parte de la época colonial y republicana. La minuciosa entrega de información, nos permite aventurarnos a conocer a personajes que dejaron sus huellas en diversos documentos notariales, judiciales y parroquiales, que el autor nos los trae a colación en su relación, junto a los habitantes originales y también a otras familias de heterogéneos linajes que confluyeron en ese Peumo tan alejado de la vida citadina de la capital del Reyno, como después de la República.

Con todo esto, nos habla Carvajal de la impronta originaria, a la que no rendimos ningún tributo hoy en día y si algún sacerdote intentó hacerla desaparecer, pervivió hasta bien entrado el siglo XIX. Hoy, gracias al trabajo de nuestro etnohistoriador constatamos que, hasta nuestros días pervive esa impronta. Y ello ocurre a pesar del largo proceso de mestizaje y a la par del sincretismo cultural, que nos la ocultaron. Perviven así también quienes estaban mucho antes de la llegada de los civilizadores, fueran inkas o españoles y los procesos de aculturación e integración forzada de los tiempos republicanos.

Lo más relevante es que, tal como se dice en la conclusión del libro, “en mi pecho hay espacio para los dos”, mestizo y picunche. Gracias amigo, tu esfuerzo nos permite reconocernos en la diversidad y en el respeto a esas miradas, pasos, pensamientos, afectos y emociones que esta vez se nos encarnan a través de la que fue tu travesía a los orígenes del este rincón de Chile que habita en nosotros.

 

 


domingo, 17 de junio de 2018

LUCHITO PÉREZ, EL ARQUERO VOLADOR DE LA UNIÓN VETERANA


LA DISCUSIÓN 11-04-2016 POR  RODRIGO OSES.
Luis Pérez (80 años) revela, sentado en el living de su hogar en Chillán Viejo, que cuando estaba a punto de firmar en Unión La Calera, proveniente de la reserva de Palestino, el presidente calerano le quedó mirando la mano derecha.

Era que no, si al recordado “arquero volador”, y leyenda de Ñublense, le faltaban dos dedos, pero se las había arreglado para brillar en el cuadro tricolor. “Pensé, aquí me fui cortado, porque sabe, siempre creí que desconfiaban que podía atajar por este defecto”, evoca “Luchito”, mostrando su mano diestra, en la que sufrió un accidente cuando a los 8 años se puso a “intrusear una motosierra”.

A pesar de la desconfianza, visaron su contratación en La Calera donde brilló para luego pasar a Trasandino, club desde el que emigró con 23 años al elenco chillanejo que militó en el Regional, Unión Español.

SE ENAMORA DE CHILLÁN
Proveniente de Cerrillos, Región Metropolitana, en 1959 “Luchito” se vino a Chillán tentado por una mejor oferta porque Trasandino le debía tres meses de sueldo.  “No tenía idea cómo era Chillán, pensé que era como las películas de cowboy, con carretas y caballos, así que llegamos al Salón Olimpia, en el bus Vía Sur”, recuerda iluminando la charla con su sonrisa.De inmediato se puso a las órdenes de Juan Ramírez que estaba entrenando al equipo en la antigua cancha de arena del estadio Nelson Oyarzún. Le bastaron una seguidilla de voladas, en un breve ejercicio, para convencer a los dirigentes que de inmediato le ofrecieron un contrato por 200 escudos, el que al día siguiente ascendió a 240 por petición del DT Juan Ramírez que temía que se lo llevara otro equipo. Tras un año en el Regional, el DT Martín García lo convenció para que firmara en Ñublense donde se ganó el cariño de la hinchada a punta de atajadas espectaculares.
-Y se fue a Ñublense donde estuvo entre 1960 y 1970.

- Don Martín me ofreció 150 mil, pero, pensé que aquí no dan primas. Y le dije “Don Martín ¿aquí no hay primas?”, no, misssh, querí casarte, me dijo. Me dieron pensión al tiro a pesar que habían problemas. Estuve un tiempo en el hotel España en Libertad. Después se puso difícil la cosa porque no pagaban al día y me fui a comer donde Custodio González, en el “Condorito” y ahí comían varios jugadores. Ahí conocí a Romerito.  Yo le dije usted juega. Me dijo sí pues, ¿no me conoce?, yo soy Romerito. ¿Y usted? le dije soy Luis Pérez vengo del Unión Español y voy a jugar en Ñublense. Lo encachado es que me dijo “y ¿usted en qué puesto juega? Porque ya me había cachado la mano con dos dedos menos, y me queda mirando y me dice…¿me está hueveando?, jajaja. 

-¿De ese plantel que jugadorazos recuerda?
- Segundo Castro era un espectáculo. Daba gusto verlo jugar. Mucha gente decía vamos a ver a Castrito. A mí siempre me salía una voladita buena. A la gente le interesaba que yo volaraba. Siempre decían “falta la volada de Luchito”. También el zaguero argentino Claudio González, el centrodelantero Borello, Romerito, Malloco Pérez, Mamani.

-La gente de la época dice que usted volaba con una gran agilidad. ¿Cuáles eran sus cualidades?
- Primero ágil para volar y seguro de manos. Aquí en Concepción, los diarios me pusieron el arquero volador. Mi historia es bonita, pero económicamente mala.

- Exactamente, sus contemporáneos en Ñublense me cuentan que sufrieron mucho en las pensiones y por los sueldos impagos.
- En la parte económica fue mala, en algunas pensiones nos daban cochayuyo con papas tres días seguidos porque no se pagaban los arriendos, aunque en lo deportivo vivimos lindos momentos como cuando inauguramos el estadio Nelson Oyarzún con la Selección Chilena y después con Cerro Porteño en partidos extraordinarios.

- ¿Qué recuerdos tiene de ese duelo con la Roja Mundialista del 62’?
- Uff, gran partido. ¿Sabe? A Ñublense le hicieron cuatro, perdimos 4-2, pero fue el único equipo al que le pasaron menos goles, porque a Temuco le pasaron 9, a Concepción 12. En la selección estaban todos, Juan Ramírez, Jorge Toro, Leonel Sánchez, Tito Filloux. El estadio estaba lleno y nos aplaudieron. 

- En el  partido con Cerro Porteño usted le rechazó un contrato a los dirigentes tras atajarlo todo.
- Sí, para mí fue un partido extraordinario. Los dirigentes de Cerro Porteño hablaron con los de Ñublense porque querían verme ya que había jugado bien. El presidente de Ñublense, Renato Solar, les dijo “aquí está la maravilla”. “Ahh, no es muy grande, pero en el arco parece un gigante”. Me dijeron si me gustaría jugar por ellos, yo les dije que hace poco había hecho contrato, pero pensé que pasa si soy un fracaso allá, me faltó quizás personalidad y dije que no.
-Usted terminó jugando de delantero...
- Sí, dos veces jugué de delantero. Una vez le hice un gol a Green Cross en Santiago. En aquellos años no había cambio de arquero. Me lesioné de un brazo y Segundo Castro se puso al arco y me fui arriba. Hice un golazo. Empatamos a uno. En Santiago los diarios comentaban que el arquero de Ñublense le había marcado al arquero que había jugado en la Selección Argentina Julio César Musimessi.
-¿Se fue dolido de Ñublense?
- Sí...(se emociona), nadie me dio las gracias después de 10 años. Eso me dolió. Solo “La Discusión” puso “Gracias Luchito”. Me retiré en Unión Veterana de Peumo  en Tercera División donde en 6 años gané la plata que no gané en Ñublense, pero siempre me la jugué y me volví a vivir con mi familia a Chillán.