jueves, 8 de diciembre de 2011

LÓPEZ

Loooopez¡¡¡
Exclamaba la tía subiendo el tono de voz con aire de suficiencia – don de mando diría ella- en el cual le venía de los lejanos años de su infancia, de esos buenos tiempos en que su padre era uno de los poderosos comerciantes del pueblo. Pero esos años, caducaron  con la vida del abuelo, así la tía tuvo que emplearse en el municipio, donde hubo de aprender a tratar tanto a los que mandaban como a los subalternos.
Looooopez¡¡¡¡¡¡
Y López desde que la divisaba se erguía un poco para cerciorarse que esa voz altisonante y aguda correspondía a esa señorita que le debía andar en sus mismos años. Lo hacía lentamente, pues sus huesos ya apenas podían con él, así que sus labores de jardinero del municipio las desplegaba con cierta elegancia, anclada en una parsimonia fuera para lo que fuera;  el barrido de la hojas, picado de la tierra, podas de los árboles o corte  del pasto.
López, era un sobreviviente, parecía por su aspecto que debiera estar jubilado hace muchos años, quizás algún olvido burocrático lo mantenía de encargado de un par de plazas de Villa el Dorado, singular enclave de la clase media-media en la adinerada Las Condes.
López, se encargaba de tenerla a raya, que no fueran a detenerse los inspectores municipales  o algún vecino hiciera llegar  una carta de reclamo o de sopetón alguno tuviera como llegar al Alcalde. Pero nada de eso había pasado. Así cortada por la calle Las Tranqueras la plaza era una suerte de borrón verde, entre una extensa superficie amarillenta del maicillo que tenía su mayor tránsito a la salida del colegio quedaba en uno de sus costados.
López compartía su función pública con la mantención de los pequeños prados de las casas de la villa. Cuando llegaba a la nuestra, la tía lo acompañaba en su labor a punta de indicaciones que López no parecía rehusar, aunque nada lo sacaba de su lento ritmo. Finalmente al   terminar, recogía su dinero sin siquiera detenerse a contarlo. Se despedía brevemente, haciendo como si fuera sacar su chupalla la cual nunca se desprendía de su cabeza, y de su rostro  se entretejía cierta expresión que rememoraba épocas de más bríos.
Un breve murmullo salía de entre sus labios, lo cual  recordaba lo que debió ser su voz, partía  con su velocidad característica y se alejaba con su carretilla a pasitos cortos.
Mi tía parecía tomarse un descanso después de un extenuante esfuerzo, se sentaba en el sillón del living, por la ventana entreabierta entraba el olor césped cortado que permanecía  por un rato largo en la habitación, confundiéndose con el humo de cigarro que ella fumaba, solo el sonido creciente  del canto de los pájaros la venía sacar de su letargo, y la  volvía a los afanes cotidiano aun por venir en lo quedaba del día.

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