lunes, 13 de diciembre de 2010

Historias de Marisol

HISTORIAS DE MARISOL


Mi infancia
En fin, yo llegué a la vida en 1947 cuando querían un niño que reemplazase a Gastoncito, 9  años después del nacimiento de Tomás, por tanto no fui lo bien recibida que yo hubiera querido.
Cuando yo tenía 5 años, Loreto tenía 17 años y Tomás 14. Me molestaban mucho y mi abuela Delfina, que siempre vestía de negro, me defendía y los corría a escobazos y yo me metía entre su falda y la enagua o detrás de ella. Ellos tenían amigos y mi hermana salía con sus admiradores. La mandaban conmigo en los paseos a la plaza y los pretendientes tenían que comprarme dulces. En esa época me molestaban mucho. Decían que yo no era hermana de ellos porque era negra. Que me habían dejado los basureros en el cajón de la basura y cada vez que pasaban me recordaban que si me portaba mal les iban a decir que me llevarán de vuelta. También siempre me perseguían para echarme en una cuba de cloro o en el cajón de la harina para que blanqueara. Además que decían que como yo era descendiente de los mapuches tenía callana, una gran mancha negra en el trasero y yo vivía tratando de verla con un espejo y nunca la encontraba pero ellos decían que si la tenía.

Mi sueño circence
Una vez un vecino de la época, el Chicho López, trajo muchos, muchos troncos de árbol partidos. Yo  con mucho esfuerzo los acomodé uno sobre otro en círculo para hacer las galerías de un circo. Cuando ya iba por la cuarta corrida en altura se me ocurrió probar los asientos y me caí estruendosamente y me rompí una pierna muy  feo. Hasta hoy tengo la marca. Después de eso comprendí que no podía construir las galerías pero yo si podía ser artista del circo. Empezó mi período como equilibrista. Ponía dos troncos con una tabla encima y los hacía rodar o los ponía en forma de pirámide y con mucho cuidado veía hasta donde aguantaban. También traté de subirme a una cuerda pero no me resultó. Por esa época debo haber tenido 5 años. Pronto comprendí que allí no estaba mi futuro.  Lo único que pude hacer bien fue andar arriba de tarros de Milo con cordeles.

La huerta de mi abuela
Siempre me mandaban al lado de la huerta a sacar los huevos de las gallinas y me daba pánico. En cambio me encantaba ir con mi abuela quien me decía los nombres de todas las verduras y plantas medicinales. Una vez tropecé con una piedra un tanto grande, me agaché y furiosa la tiré hacia atrás y…… me cayó en la cabeza y me hice un tremendo cototo.

Después de la acequia
Cuando crecí me iba al otro lado de la acequia. Había un durazno tomate que daba unos frutos exquisitos y muy dulces. Arriba de él pasé el terremoto del 60 y toda mi familia me buscaba porque un una pataleta me había arrancado a la quinta.
Una vez con las Maldonado, que eran mis vecinas por entremedio de los cercos de las quintas, conseguimos un caballo de los que se usan para llevar  el arado. Yo me subí, así sin montura y el caballo se puso a andar un poco fuerte y yo no podía manejarlo. Me quedé agarrada de un árbol y no me podían bajar si que el trabajador que nos había prestado el caballo me tuvo que ayudar.
Dos veces corriendo por entre los cercos me agarré en los alambres de púa. En el último la Inger me puso la vacuna antitetánica. De ahí tuve más cuidado.
Allí también degusté los exquisitos caquis y los injertos de ciruelo con durazno de la Mercedes Maldonado, una señora bastante cascarrabias y tía de mis amigas. Una vez me pilló justo arriba de su inmensa escalera y por supuesto me acusó a mi mamá. También le tomaba las rosas porque nosotros no teníamos y a ella le crecían hasta en los cercos.

Las Maldonado
Y de allí me iba donde las Maldonado, la Pecha y la Violeta. La casa de ellas por la calle quedaba como a 5 casas de la mía en una esquina y por dentro solo a una quinta por medio. Caminábamos por las quintas y podíamos salir al Hospital. Con ellas jugaba mucho, pese a que mi familia estaba enojada con la de ellas y no se saludaban. Donde las Maldonado hicimos un escenario y actuábamos disfrazándonos y haciendo distintos números de danza y teatro y cobrábamos a los hermanos de ellas y a los amigos. Más tarde me tocaba pedirles permiso para ir a las fiestas y era todo un cuento, primero hablar con la mamá para que convenciera a don Augusto, que era temible. Pobre Pecha, murió hace unos años de una operación cerebral y sus familiares donaron sus órganos, pues así lo quería ella. Fui a su funeral a Peumo.

Los regaloneos culinarios de mi abuela
A mí me gustaba mucho estar en la cocina con mi abuela Delfina. Ella cocinaba a veces cuando no había empleada y siempre me daba algo para jugar o comer. Masitas, un plato chico de mermelada recién hecha, restos del molde de los queques, raspados de ollas… Mi huevo a la copa era infaltable. En las épocas de mi “sombra  al pulmón” añadieron la tacita de jugo de carne, la leche de vaca espumante de los Bursmester con cognac y finalmente el yoghurt de pajaritos. Me negué rotundamente a tomar aceite de bacalao vomitando ostentosamente las veces que intentaron dármelo por lo tanto me daban Cuatromín (un jarabe horroroso de caja amarillo-naranja con una foto de una adorable niñita sonriendo, estoy segura que ella nunca lo probó), Calcio Nils, un preparado para leche relativamente tomable y Calcio Vit, que era unas pastillas cuadradas blancas como tiza que se deshacían en la boca y venían en unas cajitas rojas. Este último me gustaba mucho de modo que me lo comía por cajas. A los 15 años me sacaron como 5 piedras del porte de una mora cada una cuando me operaron de vesícula. Siempre las asocio con mi exagerado consumo de calcio. Fuera de los miles de otras vitaminas y reconstituyentes que me hicieron tomar.

La leyenda de la culebra
Cuando ya estábamos en la casa nueva seguíamos con Quico López de vecino y seguía trayendo grandes troncos de leña. Un verano más o menos a las 4 de la tarde me dieron ganas de comer uvas. Habían pero no de la moscatel dorada por el sol que a mí me gustaban. De modo que tomé un sillón de paja, arriba le puse una silla de mimbre y sobre ésta una silla chiquita de paja. Con todo eso logré ver las uvas que yo quería y en eso estaba cuando por mi espalda se deslizó algo. Yo me di vuelta y miré y era una enorme culebra que se escondió en una ruma de ladrillos que estaban para hacer la pandereta. Fuí donde mi mamá que estaba en el negocio a contarle y me dijo que era una lagartija grande y que yo era una mentirosa. La única que me creyó fue la empleada que fue a buscar a Samuel, un trabajador que venía a veces a trabajar en la quinta. Yo le expliqué donde la había visto y allí estaba….enrollada la culebra. Samuel la mató con una pala y la tiro a la calle. Al otro día amaneció afuera de la iglesia. Medía más de un metro y era verde, celestosa y roja.

Mis enfermedades
Cerca de los dos años descubrieron que me tenía que operar de la cadera porque cojeaba y me tuvieron en el hospital San Borja. Yo hasta esa fecha era blanca y de ojos verdes. Allí, decía mi abuela Delfina, me pusieron sangre de un negro y por eso  se me oscureció la piel y los ojos. En todo caso le hicieron una manda a un santo y me mejoré y no me operaron. Como a mí al parecer no me gustaban los médicos  cuando me iban a examinar empezaba a gritar -“Me cago, me cago”-
Después tuve una “alergia húmeda” horrible. Me empezaba en una oreja seguía por todo el cuello por atrás y terminaba en la otra. Vivía con un paño con crema que me amarraban arriba de la cabeza y que no me podía tocar en la noche. Por suerte se fue.
Como a los seis años me salió un poroto debajo de la oreja izquierda. Me llevaron donde Tafer Urbina. El tenía rayos y uno se podía ver los huesos de la mano. Dictaminó sombra al pulmón. Mi padrino me sajó el poroto y salió un montón de pus. Después me tenían que hacer curaciones y yo no las aceptaba. Total mi tía me regalaba tijeras, volantines, dulces, banderitas chilenas y todo lo que se me ocurría. Una cosa por cada curación. Sólo así aceptaba a la Jovita, la enfermera que me curaba. Después me tuvieron “en clima”. Estuvimos cerca de un mes con mi tía Julia  en Villa Alemana. Super aburrido pues estábamos en una pensión y yo no conocía a nadie.
Después tuve todas las pestes. Cuando me dio la cristal era tan chancha que sacaba las cupulitas, me comía lo de adentro y las dejaba en su lugar. No se como no tengo la cara llena de cicatrices.
Cuando tuve paperas tenía como 11 años.  Vivían los Benavides al lado. Me trajeron toda la Colección de Monteiro Lobato, un escritor brasileño, que narra historias para niños muy hermosas y de su cocinera negra. Creo que él influyó mucho en mi antimperialismo ya que era profundamente nacionalista e integracionista.

Las mañas
Entre los 5 y 7 años me daban unas pataletas terribles. Me tiraba al suelo y gritaba terriblemente. Un día no encontré nada mejor que hacerlo en el medio de la vereda. Iba pasando Roberto Moya que me levantó y me dio un palmazo en el poto y le dijo a mi familia- “Eso es lo que necesita esta niñita”- Yo me callé y quedé muda de la impresión porque a mí me asustaba él. Siempre tan alto con su terno oscuro y su sombrero. Yo creía que él era la muerte caminando. Después le perdí el miedo y pasaba mucho a ver la Srta Victoria,  su hermana, que era también profesora. Tenía fama de estricta y ya estaba jubilada, pero a mí me gustaba conversar con ella. Siempre me regalaban fruta.
Dice Rina Boitano, la Sra de Tomás Ledo, que se murió de cáncer, que yo no dejaba a nadie entrar al negocio de mi mamá porque me tiraba al suelo y los mordía porque me creía perro. Yo no me acuerdo. Sólo tengo memoria cuando me creía el hombre goma del circo y todos tenían que mirar mis piruetas y decían que sería una gran gimnasta. Ja..ja...(nunca saqué más de un 4 en Gimnasia).
Más tarde como Peumo era tan chico yo me desaparecía constantemente. Preferentemente en bicicleta. Nunca tuve una nueva pero siempre me arreglaban una o me conseguía. Iba hasta Sofruco. Sólo una vez fui a San Vicente porque realmente era lejos y además me daba miedo que me pillara el tren en el puente. Cuando me demoraba mucho en llegar me encargaban a carabineros que hacían una ronda como a las 8 a caballo. Por supuesto nunca me vieron. En casa me decían “la viuda alegre”. Yo jamás me preocupé. Más tarde me arrancaba a jugar fútbol con los mellizos Farías y el Caluga. También intercambiaba revistas, especialmente Los 7 Halcones y Superman.  Del OKEY sólo me gustaba Mandrake el Mago, Flash Gordon  y Condorito. A Dick Tracy siempre lo odié. También leía La pequeña Lulú

Mis primeros negocios
Cuando tenía como 9 años descubrí los dibujos que mis hermanos hacían para el colegio. Los dos pintaban bastante bien así que los tomé y los vendí todos. Allí nació mi alma de comerciante.  Pero a ellos no les gustó nada mi negocio y estaban furiosos cuando se enteraron que sus mejores dibujos habían desaparecido, porque por supuesto yo  no vendía los de nota 4 ni 5.
También por esa época me tomaron clases particulares de inglés. Yo lo que aprendía lo enseñaba por dos pesos la hora.
Hubo una moda y era usar espaditas que se colocaban en la solapa o chombas. Se hacían con cables de la luz de distintos colores a los que se les sacaba el cobre y se los metía en el alfiler. Se vendía mínimo de 3. Quedaban bonitas y yo vendí hartas en el negocio de mi mamá.

Los marcianos
No se porqué pero recuerdo la historia de la invasión de los marcianos. Debe haber sido la historia de Orson Wells porque la escuché en la radio. En Peumo estaban haciendo el alcantarillado y yo me metía en los hoyos con un espejo y por el espejo observaba atentamente a Marte, el planeta rojo de donde vendrían los platillos voladores. Lo miré un montón de noches pero al no observar cambios se esfumaron rápidamente mis inquietudes astronómicas.

La vena histriónica.
Cuando tenía como 4 años las Olmedo me enseñaron una poesía que creo que se llamaba La Muñeca y la recité en el teatro de Peumo. Tenía el pelo largo y me hicieron rizos con tenazas calientes (mi pelo siempre ha seguido las más estrictas reglas de gravedad, es decir chuzo) y cuando hice la venia se me vinieron todos a la cara. Allí se inició mi carrera artística que duró toda la primaria.
También bailaba: jota andaluza, joropo venezolano, danzas húngaras con pandereta, resbalosa, cueca, ballet y todo lo que les ocurriera enseñarme. Lo único que no podía hacer era cantar si que me recomendaban que sólo moviera la boca.
Hice múltiples dramatizaciones ( El Soldadito de Plomo, Arturo Prat, La Bandera, etc.) aunque las poesías también las declamaba muy bien. Especialmente a la Gabriela Mistral. Poemas como El Niño Sólo. El Pastor, La Balada. También Carlos Pezoa Véliz; Nada.  Esta vena  artística culminó con mi representación de América donde yo aparecía envuelta en la bandera de América y que duró alrededor de dos horas y donde presenté a todos los países desde Canadá hasta Chile.  Lo divertido es que muchas veces me he sentido actuando y otras me he visto obligada a hacerlo y siempre recuerdo mi niñez y mi profesora Cecilia Campos, que era quién me enseñaba.

Mis maldades
Una mañana desperté con afanes científicos. Tomé una ampolleta de linterna y le puse unas horquillas de esas para el pelo rodeándola y luego metí las dos patitas en el enchufe. Nadie se explica como no me electrocuté pero hice un corte tan grande que tuvieron que venir de la compañía a arreglar la luz que se cortó en media cuadra. Desde  esa vez no me dejaron más quedarme en la cama en la mañana en las vacaciones y me ponían en el negocio a acompañar a mi mamá. 
También me encantaba hacer sabanas cortas. En esa época los colchones estaban divididos por la mitad, entonces uno tomaba las dos sábanas y las ponía debajo de la segunda mitad. Aparentemente todo estaba normal pero cuando uno se metía en la cama no entraba y había que levantarse y hacer la cama de nuevo.  Mi víctima preferida era la Pina, mi mamá, porque refunfuñaba y a mi me daba mucha risa.  También en el internado acostumbrábamos a hacerlo.
También me gustaba ponerle insectos muertos en los zapatos a mi mamá.
Antes de irme al colegio me llenaba los bolsillos del delantal con nísperos. Me los comía en clases y guardaba los cuescos. Apenas se daba la oportunidad y salía la profesora empezaba la guerra. Siempre tenía que haber una lora. Una vez me tocó a mí. Había que subirse arriba de un estante y mirar por una ventana que estaba sobre la puerta. En mi apuro por bajarme no vi unos vidrios y me los enterré en la palma derecha. Me llevé unos retos terribles pues fui a dar a la enfermería.
Una vez estaba jugando con la Bernardita Varas a ese juego en que uno se toma de las manos y una gira en su puesto y la otra alrededor. Parece que me entró el ángel malo pues cuando estábamos girando más fuerte la solté y la pobre se rompió la nariz. Por supuesto esa vez fue su mamá y además mi tía Lucha a acusarme a mi mamá y creo que me castigaron.
Bueno, hasta aquí es donde me acuerdo..............

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